Juan el Bautista, el martirio - Encuentro con tu ángel

Juan el Bautista, el martirio

EL MARTIRIO DE JUAN EL BAUTISTA

29 DE AGOSTO

Hoy la Iglesia recuerda y celebra el martirio de San Juan Bautista, el precursor de Cristo, antesala, preludio, anunciador del Mesías al que el pueblo judío estaba esperando.

Los evangelios le recuerdan como un hombre justo, solitario, que finalmente entregó su vida por aquello que lo acompañaron en su misión: anunciar la Verdad -que es Cristo- y todas las «verdades» por molestas que sean de escuchar. «Convertíos…»

Por eso, de algún modo, San Juan Bautista no sólo anuncia la cercanía del Reino que llega con Cristo, sino que también con su muerte anuncia la Pascua, el Misterio cristiano.

No es fácil vivir dando sentido a la muerte, y menos cuando nos encuentra violentamente. Por eso las palabras de Jeremías: no les tengas miedo… porque Yo estoy contigo para librarte; no les temas, que si no, yo te meteré miedo de ellos.

Es muy curiosa esta frase. ¿Cuántas veces son nuestros propios temores ante algo o alguien lo que nos hace realmente limitados, pusilánimes, cobardes?

Jeremías experimentó que es este mismo Dios que lucha en nuestras luchas y nos acompaña en nuestras empresas, quien nos deja «atrapados» en el miedo, y todo porque no somos capaces de ver más allá, de poner nuestra confianza y nuestras fuerzas en el Señor que nos envía.

Recordad a Moisés, a Abraham, o al mismo David ante Goliat: cuando luchamos creyendo firmemente que la batalla es de Dios y no nuestra, no sólo no tememos al mayor de los gigantes, sino que además, cualquier escudo y coraza nos parece demasiado pesado y preferimos seguir con nuestra pequeña onda.

San Juan Bautista no murió por confesar a Cristo y, sin embargo, la Iglesia, desde el principio, le considera mártir, testigo.

Pues bien, hoy puede ser para nosotros una fuerte llamada a cuestionar nuestro testimonio en el mundo.
Tantas veces no será necesario hablar expresamente de Cristo para anunciarle, tantas ocasiones para denunciar lo que vemos desde el Evangelio, aún sabiendo que nuestra «cabeza» (en todos los sentidos) puede ponerse a disposición del capricho de cualquier Herodías, o de la sumisión e incoherencia de un Herodes cualquiera.