Santas Justa y Rufina - Encuentro con tu ángel

Santas Justa y Rufina

Santas Justa y Rufina, Vírgenes y Mártires

17 DE JULIO

Justa. De origen Latín. Que vive para y según la ley de dios.
Rufina. De origen Latín. La pelirroja. Variante: Rufa.

Estas dos santas fueron hermanas nacieron en Sevilla, en el seno de una familia muy modesta pero de firmes costumbres y sólida fe cristiana.
En aquella época España era dominada por los romanos, y con ellos, la idolatría y la corrupción.

Mientras tanto las dos hermanas se conservaban en santidad y pureza de costumbres, empleando todo su cuidado en conocer el Evangelio, en su propia santificación y en beneficio de sus prójimos.

Todos los años los idólatras celebraban fiestas en honor de Venus, recordando la tristeza de ésta en la muerte de su adorado Adonis.

Las mujeres recorrían las calles de la ciudad llevando al ídolo en sus hombros, importunaban a todos y les pedían una cuantiosa limosna para la festividad.

Al llegar a la casa de Justa y Rufina, les exigieron adorar al ídolo; las dos santas se negaron y las mujeres, enfadadas, dejaron caer el ídolo rompiendo muchas vasijas. Las santas, horrorizadas por ver en su casa un ídolo, lo tomaron y lo hicieron pedazos, provocando la ira de los idólatras que se lanzaron contra ellas.

Diogeniano, prefecto de Sevilla, las hizo prisioneras, las interrogó y las amenazó con crueles tormentos si persistían en la religión cristiana, a la vez que les ofrecía grandes recompensas y beneficios, si adoraban a los ídolos.

Las santas se opusieron con gran valor a las perversas propuestas del prefecto, afirmando que ellas sólo adoraban a Jesucristo.

El prefecto mandó que las torturasen con garfios de hierro y en el potro, creyendo que cederían ante los tormentos, pero ellas soportaban todo con alegría y sus ánimos se fortalecían a la vez que crecían las torturas.

Mandó entonces a encerrarlas en una obscura cárcel y que allí las atormentasen lentamente con hambre y con sed.
Pero la divina Providencia les socorría y sustentaba con gozos inefables, según las necesidades del momento, provocando el desconcierto de los carceleros.

Luego, el prefecto quiso agotarlas obligándoles a seguirle descalzas en un viaje que él iba a hacer a Sierra Morena; sin embargo, aquel camino pedregoso era para ellas como de rosas.

Volvieron a meterlas en la cárcel. Santa Justa, sumamente debilitada, entregó serenamente su espíritu, recibiendo las dos coronas, de virgen y de mártir. El prefecto mandó lanzar el cuerpo de la virgen en un pozo, pero el obispo Sabino logró rescatarlo.

El Prefecto creyó que, estando sola, sería más fácil doblegar a Rufina. Pero al no conseguir nada, mandó llevarla al anfiteatro y echarle un león furioso para que la despedazase.

El león se acercó a Rufina y lejos de atacarla le lamio los vestidos como un corderillo.

Enfurecido el Prefecto, mandó degollarla. Así Rufina entregó su alma a Dios. El Prefecto. Mando quemar el cadáver para sustraerlo a la veneración, pero el obispo Sabino recogió las cenizas y las sepultó junto a los restos de su hermana. Su culto se extendió pronto por toda la iglesia.