Simeón y Ana, Santos
Simeón y Ana Santos del Antiguo Testamento
03 DE FEBRERO
Simeón de origen Hebreo «Dios ha escuchado».
Ana de origen Hebreo piadosa, misericordiosa, bendecida por Dios».
Simeón y Ana son dos de los personajes que nos enseñan a orar. Por un lado María y José suben al templo con el niño, acercándose a cumplir lo que mandaba la ley, y por otro, Simeón y Ana, dos ancianos que acogen al niño reconociendo en él la salvación de Dios.
Simeón y Ana representan el pasado piadoso y esperanzado de Israel, ellos dan la mano a la sorpresa de la nueva alianza, la nueva manifestación de Dios, en la figura del niño.
Ellos son ancianos, él es recién nacido. El pasado y el futuro se abrazan. La Antigua Alianza da paso a una manera nueva de hacer presente la salvación de Dios, su amor incondicional a la humanidad.
La oración es siempre un encuentro. En este encuentro Simeón y Ana nos enseñan tres actitudes hacia las que hemos de caminar. En la Oración aprendemos a Morir, Acoger lo nuevo de Dios y Proclamar la salvación
Saber Morir. La oración de Simeón es la de un hombre anciano, que no tiene miedo a morir, al contrario, la perspectiva de la muerte es para él la paz, y asume entrar en esa paz con alegría.
La salvación que ha visto y ha palpado le ha comunicado algo que para todos nosotros es misterioso: en los ojos del niño ha sido él curado del miedo radical que acobarda a todo ser humano, el miedo a morir.
Acoger lo nuevo de Dios, tanto Simeón como Ana representan al Israel que se abre a la novedad de la salvación.
Ellos nos ensenan lo hermoso que es tener un niño en brazos. Un anciano con un niño en brazos tiene algo de misterio y encanto.
La actitud de Simeón nos hace ver al anciano amable, no cansado de la vida, amargado, refunfuñando la molestia del recién nacido, protestando la incomodidad de lo nuevo, lo desconocido.
Un anciano que acuna un niño, es una parábola para nuestra oración, parábola de sensibilidad y apertura, parábola para nuestras comunidades cristianas, en tantas ocasiones envejecidas amargamente e insensibilizadas, por haber dejado de tocar el misterio tierno de la vida,
Simeón dice que el niño es luz para iluminar a los gentiles y gloria de Israel» (Lc 2, 32). La visión, la experiencia, el gozo les lleva a la proclamación, no pueden dejarla encerrada en el pecho
Los dos ancianos, desde su experiencia, son profetas de esperanza. Lo que han visto y sentido en el niño no es augurio de catástrofe, implacable venganza de Dios por la maldad humana, sino el amor de Dios renovado continuamente en la historia, a pesar del olvido de los hombres. Esto es la oración, descubrir que con Jesús, somos portadores de paz y esperanza.
El cántico de Simeón, más conocido como «Nunc dimittis», que la Iglesia reza cada noche la oración en la última liturgia de las horas, es un bellísimo himno, en el que el evangelio ha logrado sintetizar en pocas palabras el sentido con el que la Iglesia recibió desde un principio las promesas mesiánicas, especialmente las del Libro de la Consolación de Isaías (es decir, Isaías 40-55). Ana y Simeón asumen alternativamente los rasgos del «Heraldo» de Isaías.