Lectura del día 22 de Noviembre 2017 - Encuentro con tu ángel

Lectura del día 22 de Noviembre 2017

Lectura del día 22 de Noviembre 2017

1ª lectura: El Creador del universo os devolverá el aliento y la vida
Lectura del segundo libro de los Macabeos 7, 1. 20-31

En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y
nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la ley.
En extremo admirable y digno de recuerdo fue la madre, quien, viendo morir a sus siete hijos en
el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor. Con noble actitud, uniendo
un temple viril a la ternura femenina, fue animando a cada uno, y les decía en su lengua patria:
«Yo no sé cómo aparecisteis en mi seno; yo no os regalé el aliento ni la vida, ni organicé los
elementos de vuestro organismo. Fue el creador del universo, quien modela la raza humana y determina
el origen de todo. Él, por su misericordia, os devolverá el aliento y la vida, si ahora os sacrificáis
por su ley». Antíoco creyó que la mujer lo despreciaba, y sospechó que lo estaba insultando.
Todavía quedaba el más pequeño, y el rey intentaba persuadirlo; más aún, le juraba que si
renegaba de sus tradiciones lo haría rico y feliz, lo tendría por Amigo y le daría algún cargo. Pero
como el muchacho no le hacía ningún el menor caso, el rey llamó a la madre y le rogaba que
aconsejase al chiquillo para su bien.
Tanto le insistió, que la madre accedió a persuadir al hijo; se inclinó hacia él y, riéndose del cruel
tirano, habló así en su idioma patrio:
«¡Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en el seno, te amamanté y crié durante
tres años y te he alimentado hasta que te has hecho mozo! Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo y la
tierra, fíjate en todo lo que contienen y ten presente que Dios lo creó todo de la nada, y el mismo
origen tiene el género humano. No temas a ese verdugo; mantente a la altura de tus hermanos y
acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos». Estaba todavía
hablando, cuando el muchacho dijo:
«¿Qué esperáis? No obedezco el mandato del rey; obedezco el mandato de la ley dada a nuestros
padres por medio de Moisés. Pero tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos,
no escaparás de las manos de Dios».

Salmo: Sal 16, 1. 5-6. 8 y 15
R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.

Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño. R.
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. R.
Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante. R.

Aleluya Cf. Jn 15, 16
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Yo os he elegido del mundo – dice el Señor -,
para que vayáis y deis fruto,
y vuestro fruto permanezca. R

Evangelio: ¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco?
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 19, 11-28

En aquel tiempo, Jesús dijo una parábola, porque estaba él cerca de Jerusalén y pensaban que el
reino de Dios iba a manifestarse enseguida.
Dijo, pues:
«Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después.
Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles:
“Negociad mientras vuelvo”.
Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo: “No queremos
que este llegue a reinar sobre nosotros”.
Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había
dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo:
“Señor, tu mina ha producido diez”. Él le dijo:
“Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”.
El segundo llegó y dijo:
“Tu mina, señor, ha rendido cinco”. A ese le dijo también:
“Pues toma tú el mando de cinco ciudades”.
El otro llegó y dijo:
“Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, porque tenía miedo, porque eres un
hombre exigente que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”. Él le dijo:
“Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he
depositado y siego lo que no he sembrado? Pues, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al
volver yo, lo habría cobrado con los intereses”.
Entonces dijo a los presentes:
“Quitadle a éste la mina y dádsela al que tiene diez minas”.
Le dijeron:
“Señor, si ya tiene diez minas”.
“Os digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que
tiene. Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre
ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia”». Dicho esto, caminaba delante
de ellos, subiendo hacia Jerusalén.